"¿Nos
amas aún papá?”,
preguntó la pequeña a lo que el padre, sin
remordimiento alguno respondió: “Si, pero
no tanto como a Sophia Loren”. El
diálogo, reflejado en la película Llámame
Peter (vida y muerte de Peter Sellers),
se dio entre el propio Sellers, uno de los
actores británicos más importantes del siglo
XX, y su pequeña hija, luego de que el actor le
pidiera el divorcio a su primera esposa delante
de su familia, porque estaba enamorado de la
musa italiana, con quien se encontraba filmando una película.
Un amor que, según se cuenta, nunca fue
correspondido y que sólo estaba en la singular imaginación del
recordado comediante.
Así era Sellers,
una persona difícil de clasificar. Pero difícil
hasta para él mismo. “Me miro al espejo y
lo que veo allí es a alguien que nunca creció
del todo: un tipo sentimental e imprevisible que
alterna las grandes alturas con las más oscuras
profundidades”, dijo en una de las tantas
declaraciones a la prensa, el hombre que le dio
forma al inolvidable y torpe Inspector
Clouseau, y al que la muerte encontró
joven, a los 54 años, luego de vivir una vida
en la que no faltaron los excesos y las
perturbaciones psicológicas.
Es que la gran facilidad con la que el
actor podía adoptar cualquier tipo de papel,
por extravagante que este fuera, se transformó
en una de las grandes virtudes que poseía
Sellers, quien en sus épocas de esplendor se
codeaba con Los Beatles (ver Video Club), vivía un
romance fugaz con la fallecida princesa Margarita,
hermana de la reina Isabel II de
Inglaterra, o anunciaba en rueda de prensa que
se casaría con la actriz Liza Minelli, en
una boda que nunca llegó a ser. Pero esa
habilidad para interpretar diferentes personajes
fue la que más problemas le trajo en su
vida "real". Es que sus matrimonios, y en general todos
sus vínculos familiares, fueron escapándose
poco a poco de sus manos, debido a su reconocida
falta de personalidad.
“No tengo personalidad propia – solía sincerarse – por eso
jamás podré llegar a ser una verdadera
estrella. Soy un actor de personajes. No podría
ser Peter Sellers del modo en que Cary Grant es Cary Grant, porque no tengo una imagen
concreta de mi mismo”. Y verdaderamente no
la tenía. “Me siento fantasmalmente irreal
hasta que me convierto en otra persona en la
pantalla”, trató de explicar alguna vez.
Al llegar al mundo, Peter Sellers se
convertiría en el primer hijo de una pareja de
actores de vodevil quienes esperaban ansiosos la
llegada del primogénito. Es que el matrimonio
imaginaba un gran futuro para el pequeño, sobre
todo su madre, Peg, quien planeaba
convertirlo en el mejor actor de todos los
tiempos. Pero ese sueño no duró mucho. Tan sólo nueve meses,
ya
que Peter murió a poco de nacer.
Tiempo después, el
8 de septiembre de 1925, nacería Richard
Henri Sellers, quien vino a ocupar el lugar
dejado por el pequeño Peter. Y lo ocupó
literalmente. Tal es así, que hasta se quedó
con el nombre. Fue la manera que la madre
encontró de hacer más llevadero el dolor ante
la pérdida irreparable de su primer hijo. Es
decir que Richard, hizo de Peter desde pequeño,
un personaje dentro de la vida misma, algo que
quizás ayude a entender el desvarío de la
personalidad del gran actor inglés, quien con sólo
dos semanas de vida ya estaba arriba de un
escenario junto a sus padres. Y así se crió,
de gira en gira, de teatro en teatro. Alejado
del contacto con otros niños. Su mejor escuela
fueron los radioteatros de la BBC. El pequeño
Sellers pasaba horas y horas pegado a la radio
imitando las voces de los distintos personajes
de aquellos programas. Así fue como desarrolló
una capacidad magistral de imitación, la cual
le sirvió, más adelante, para entrar en la
reconocida cadena radial.
El paso de Sellers por la radio fue
sumamente exitoso. Su programa The Goon Show se convirtió en un verdadero furor en la
Inglaterra de los años ‘50. Durante casi una
década demostró su talento innato para la
improvisación, imitación y suplantación de
personalidades a través de sus intervenciones
radiofónicas, las cuales se convirtieron en
todo un fenómeno social de la época. Será por
eso que en 1981, Elton John, uno de sus
fanáticos incondicionales, pagó 14 mil libras
esterlinas por los guiones de aquel show radial,
en la reconocida casa de subastas Christie´s.
Pero el éxito en
el éter no conformaba al actor, y mucho menos a
su absorbente y ambiciosa madre. Y fue por más,
y ese “más” era la pantalla grande. Aunque
la llegada del actor al cine no fue tan
sencilla. Su reconocido talento para realizar
diferentes tipos de personajes en la radio,
parecía no ser suficiente para los productores
cinematográficos, quienes veían al comediante
feo y con poco carisma para el séptimo arte.
Pero no se daría por vencido y su primer papel
en el cine lo ganaría disfrazándose para una
audición en la que había sido rechazado
anteriormente por no reunir los requisitos que
el papel demandaba: un hombre de unos 60 años.
Finalmente, su debut en el celuloide
ocurrió en 1951 en la película Penny Points
To Paradise, pero fue The Ladykillers (1955), aquí conocida como El quinteto de la
muerte, junto a Alec Guinness, su
primer suceso cinematográfico en el Reino
Unido. Claro que el reconocimiento internacional recién le
llegó unos años después - en 1960 - con The
Millionairess, donde compartía
cartel con la gran estrella italiana del
momento, Sophia Loren. Y aquí hay que hacer un alto, ya que según cuentan
sus biógrafos, fue tal la fascinación sexual
de Sellers por la italiana, que luego de conocerla dio por terminado su primer
matrimonio con Anne Howe. A pesar de esto, la diva, ya en pareja en ese
entonces con Carlo Ponti, siempre lo
rechazó.
A partir de
entonces, la carrera de Sellers despegó
definitivamente. Sus interpretaciones fueron tan
eclécticas como sorprendentes. Podía pasar de
lo bizarro, a papeles sublimes, como el de Mr.
Chance en Being There (Desde el
jardín - 1979), que le valió su segunda
nominación al Oscar - la primera había sido
por Dr. Strangelove, en 1964 -. Su
facilidad para meterse en la piel de cualquier
personaje - solía interpretar a varios en una
misma película - era asombrosa, tanto que a
veces le costaba abandonar el papel en la vida
real.
Entre los títulos más destacados de su
carrera sobresalen Lolita (1962), de Stanley
Kubrik, una de las películas más
controvertidas de la época donde interpretaba a
un hombre que se enamoraba de una niña de 12 años,
y la ya mencionada Dr. Strangelove, conocida en muchos países como ¿Teléfono
rojo?, volamos hacia Moscú, una ácida
comedia sobre la guerra fría, también al mando
de Kubrik. Otras que se recuerdan son The Party (1968) – en
Latinoamérica titulada La Fiesta Inolvidable – y Casino Royal (1967), donde
encarnaba al agente 007, en una antológica
parodia al personaje creado por Ian Fleming.
La ya mencionada ductilidad que Peter
Sellers tenía a la hora de ponerse en la piel
de un personaje, llegó a tal extremo que no son
pocos lo que todavía se confunden y creen que
el actor era en verdad francés. Y esa confusión
se debe a su magistral interpretación del Inspector
Clouseau, ese particular policía capaz de
enfundarse en los más increíbles disfraces
para profundizar en sus investigaciones, y que
para mantener a punto sus reflejos, había
contratado a un karateca, llamado Kato,
que lo esperaba en su casa para sorprenderlo con
una catarata de golpes.
Clouseau llegó a la vida del británico de la mano del
director Blake Edwards, quien quería a
Sellers para el papel de marido engañado de su
próxima película, La Pantera Rosa (1963), un rol secundario que terminó por
opacar el protagónico del prestigioso David
Niven. Así las cosas, Sellers terminó
“comiéndose” la película y contratado para
cuatro continuaciones más, y una quinta ya
estaba en los planes cuando la muerte sorprendió
al actor con un paro cardíaco.
De esta manera, el despistado inspector
convirtió al genial Peter Sellers en una mega
estrella a nivel mundial, tal como alguna vez lo
había soñado su madre. Es que Hollywood le había
sentado bien al actor y fue Clouseau el
personaje que lo catapultó, pero también del
que le costó despegarse. Es que Sellers pretendía
hacer otros papeles, en algunos casos más
comprometidos en lo actoral, y el personaje que
lo desvelaba era el del libro Being There y no paró hasta que lo logró y sus buenas
satisfacciones le trajo. Pero sabido es que el
dinero mueve montañas y tanto él, que era un
gran despilfarrador, como los estudios,
necesitaban facturar y continuar la saga de La
Pantera Rosa era ir a lo seguro y así
ocurrió.
SER O NO SER... ESA ES LA CUESTIÓN
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A
pesar de sus elogiados trabajos actorales, y la
admiración que estos despertaban en el público,
lo cierto es que en la vida personal, Peter
Sellers no era lo que se puede decir una
“persona fácil”. El actor vivía en un
mundo tan irreal que hasta filmaba videos
caseros en los que mostraba una hermosa vida
familiar que en realidad no existía.
Se casó en cuatro
oportunidades y tuvo tres hijos a quienes prácticamente
abandonó. Tal es así que, pese a la inmensa
fortuna lograda durante su exitosa carrera, al
morir cada uno recibió dos mil dólares porque
no alcanzó a firmar el divorcio de su cuarta
mujer, Lynne Frederick, y nunca puso nada
a nombre de ellos.
Hay una escena en
la película Llámame Peter... - basada en
el libro de Roger Lewis La vida y la
muerte de Peter Sellers - que lo describe en
forma: cuando el actor le destruye todos los
juguetes a su pequeño hijo por haberle rayado
el auto accidentalmente, una actitud que luego
intenta remediar regalándole un pony.
Como se ve, todo en Sellers fue
desmedido. Por momentos podía transformarse en
un ser inmensamente cruel y en otros resultar un
tipo fantástico y por momentos tierno, como
cualquiera de sus personajes de ficción. “Cada
vez que termino un film me invade una terrible
sensación de pérdida de identidad. Entonces no
se quién soy ni qué hacer”, se sinceró
en una oportunidad para luego rematar: “si
alguna vez hubo alguien detrás de la máscara,
me temo que, para bien o para mal, lo extirpé
hace mucho tiempo mediante cirugía mayor”.
Sellers tuvo a lo
largo de sus 54 años nueve infartos. El último,
el del 24 de julio de 1980, fue el que le bajó
el telón a su ajetreada vida. Para su velorio
había dejado expresas instrucciones de que
sonara el tema In the Mood, de Glenn
Miller. ¿Por qué? Era la canción que más
odiaba. CR |