Si nos dieran la difícil tarea de seleccionar diez imágenes significativas de la tan marketinera década del ‘80, la del Cubo Mágico no debiera faltar en ese hipotético top ten. Es que el famoso Cubo de Rubik, tal como se lo conoce en casi todo el mundo, es de esos objetos que se convierten en sinónimos de época. De esa época. Para corroborar esto sólo basta con googlear la frase “década del 80” para notar que la imagen de este particular y colorido rompecabezas es de las primeras en aparecer.
Sin embargo, para hurgar en los orígenes de este juego hay que remontarse al año 1974. En ese entonces el arquitecto húngaro Ernő Rubik, quien era profesor de diseño de interiores en la Academia de Artes y Trabajos Manuales Aplicados de Budapest, estaba obsesionado con las figuras geométricas y su construcción en 3D. Hacía tiempo que intentaba, sin suerte, que estas se pudieran mover internamente sin romperse. Hasta que una noche, Rubik frustrado por no poder plasmar su idea a la práctica, salió a caminar por las cercanías del río Danubio y al ver las piedras redondas que se alinean en la orilla, tuvo una revelación que lo llevaría a encontrar la solución a su problema. En ese momento entendió que si cada uno de los bloques giraba en torno a un centro redondeado, estos podrían moverse libremente sin romperse ni perder la forma de cubo.
Inmediatamente puso manos a la obra y desarrolló el primer prototipo compuesto de veintiún diminutos cubos, a los cuales en un principio les pegó papel adhesivo de diferentes colores a cada uno de sus lados.
Con su invención ya en la mano, y satisfecho de haber descubierto un mecanismo que permitiese resolver el problema estructural de mover las partes independientemente sin que todo se desmoronara, sólo restaba presentárselo a sus alumnos. Hasta ese momento, Rubik no se había percatado de que había creado un rompecabezas. No, hasta la primera vez que lo mezcló e intentó volverlo a la posición original. Se dice que tardó más de un mes en llegar a la solución de su propio puzzle. Bastante poco si tenemos en cuenta que quien escribe estas líneas, en más de treinta años nunca llegó a completar más de dos lados. Pero comparaciones al margen, lo cierto es que ese fue el preciso momento en el que Rubik se dio cuenta de que estaba ante un juego que podría ser del interés de mucha gente. Lo que nunca se imaginó es que su invento no sólo se convertiría en el juguete más vendido de la historia, sino que se transformaría en todo un ícono de la cultura pop.
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Con el cubo ya en la mano, el primer paso de Ernő Rubik fue el de registrar el invento en la oficina de patentes de Hungría con el nombre de “Cubo Mágico”. A partir de entonces se comenzó a fabricar y distribuir en ese país a través de la empresa Politechnika. La aceptación fue inmediata. En poco tiempo había logrado ubicarse entre los juegos más vendidos. Aunque claro, el gran desafío que aparecía por delante era el de lograr cruzar las fronteras, algo que, de movida, no se presentaba sencillo. Es que Hungría pertenecía al régimen comunista y esto impedía que el invento de Rubik fuera exportado en forma masiva al exterior.
Tuvieron que pasar algunos años para que en 1978, Tibor Laczi, un húngaro radicado en Austria se topara con un Cubo Mágico en la mesa de un bar. Laczi era un aficionado a las matemáticas y quedó deslumbrado con ese novedoso puzzle. Tanto que se lo compró al mozo en un dólar y se marchó decidido a ubicar a su creador.
“Cuando vi por primera vez a Rubik sentí la necesidad de darle algo de dinero. Se veía como un mendigo. Estaba terriblemente vestido y con un cigarrillo húngaro barato colgando de su boca. Pero sabía que estaba ante la presencia de un genio y le dije que juntos podíamos vender millones”, relata el mismo Tibor Laczi en su sitio web, acerca de lo que fue su esperado encuentro con el inventor del juego que le quitó el sueño.
Con un entusiasmo exacerbado y convencido de que estaba ante un invento genial, Laczi logró que el Cubo Mágico se presentara en la Feria Internacional del Juguete de Nüremberg, Alemania, de 1979. Y fue ahí donde la historia del puzzle ideado por un ignoto prefesor de arquitectura, casi de casualidad, cambiaría para siempre.
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Tom Kremer, un especialista del mundo de los juguetes y creador de cientos de ellos, era un asiduo concurrente de la feria alemana, considerada la más importante del mundo en la materia. Un espacio anual del que participan cerca de sesenta países con más de 2700 expositores. En ese marco, Kremer, también de nacionalidad húngara, se dejó seducir por la presentación del apasionado Laczi y quedó impresionado por las características de este singular rompecabezas y por lo que generaba en el público. Ahí mismo se comprometió a venderlo y distribuirlo por todo el mundo en sociedad con la empresa Ideal Toy Company, no sin antes rebautizarlo como “Cubo de Rubik”, ya que según esta compañía, el nombre original tenía visos de brujería.
Pero las cosas no serían tan sencillas. Sucede que el rompecabezas, luego de un año del patentamiento original no había sido registrado internacionalmente, por lo que la ley de patentes impedía esta posibilidad. Así las cosas, mantenían cierta protección gracias a la feliz idea de haberlo renombrado con el nombre de su inventor en primer plano. Así fue como se registró la marca en los Estados Unidos y Gran Bretaña.
De todas formas, esto no impidió que aparecieran juicios por infracción de patentes. Un tal Larry Nichols, químico de Massachustts había registrado un cubo similar en 1972. Su cubo estaba unido por imanes pero no había logrado interesar a las compañías de juguetes de aquel entonces. A partir de ahí, los juicios con unos y otros fueron y vinieron hasta dejar a todos contentos y con los bolsillos desbordantes de billetes.
Es que desde su invención hasta entonces el Cubo de Rubik, para los argentinos Cubo Mágico, lleva vendidos cerca de cuatrocientas millones de unidades. Esto sin contar las imitaciones, lo cual podría llevar la cuenta prácticamente al doble. Pero tan solo basados en los número oficiales, se especula que una de cada siete personas vivas en el mundo han intentado, aunque sea una vez, armar este rompecabezas que se ha convertido, casi si querer, en parte de la cultura pop y en sinónimo de época. La época de los ‘80. CR |