¿Qué hubiese
pasado con Patoruzú de haberse llamado Curugua
Curiguagüigua, tal como lo ideó su autor
en un principio? ¿Hubiera podido vender los 300
mil ejemplares que en las décadas del 40 y 50
se agotaban en los kioscos el primer día de
salida? ¿Con ese nombre hubiera llegado a
convertirse en uno de los personajes más
importantes y queridos de la historieta local?
¿El diario PM de Estados Unidos se
hubiese animado a publicar una tira con alguien
de apellido Curiguagüigua? Quién sabe,
lo bueno es que Dante Quinterno, creador de este personaje y un verdadero
talento del género, supo cambiar a tiempo y
rebautizó al indio patagónico el mismo día
del debut, y la historieta argentina agradecida.
Patoruzú asomó su cabeza al mundo el 19 de octubre de 1928, como
personaje secundario de una exitosa tira de
Quinterno, Don Gil Contento, que por ese
entonces publicaba el diario Crítica desde hacía un año. El argumento de su
promocionada aparición era simple: Don
Gil, un porteño piola que utilizaba su
viveza para convertirse en miembro de la alta
sociedad, un día recibió como última
voluntad de un tío difunto a un cacique patagónico,
quien llegaba desde el sur al encuentro de su
nuevo tutor. “¡Por
fin llegaste Patoruzú! te bautizo con ese
nombre porque el tuyo me descoyunta las mandíbulas".
Le dijo Don Gil al indio en el primer
cuadro de la tira. Sucede que en los días
previos al debut, de quien luego se convertiría
en un personaje emblemático de la historieta
nacional, se anunció, con bombos y platillos,
la llegada de un nuevo personaje a la tira: El
indio Curugua Curiguagüigua. Sin
embargo, el autor, por consejo de su amigo Muzio
Saenz Peña (Director del diario El Mundo),
quien había visto los anuncios, dio marcha atrás
y le cambió el nombre de entrada porque el
original era difícil de recordar y pronunciar.
Pero el debut fue también despedida; al día
siguiente, y sin explicaciones, la tira fue
cancelada.
En diciembre de ese año Quinterno se
incorporó a La Razón con un nuevo
personaje: Julián de Montepío, un porteño
vividor con aires de play boy que, junto a su
novia Lolita y su vallet Cocoa,
divertía a los lectores desde la última página
del famoso vespertino. Al poco tiempo, el
talentoso dibujante, quien se había quedado con
la sangre en el ojo por lo sucedido en Crítica,
hizo aparecer en la tira a Patoruzú y el
resultado, esta vez sin cancelaciones de por
medio, fue más que exitoso. La idea era la
misma: Julián, al igual que Don Gil en su momento, recibía por pedido de un tío
moribundo al indio patagónico, quien a su vez
era propietario de una fortuna incalculable, razón
por la cual Julián intentará, siempre
sin éxito, apoderarse de ella, aprovechándose
de la ingenuidad de su protegido.
Tanto pegó en el gusto de los lectores
el personaje de ese indio bonachón e ingenuo
que, de a poco, comenzó a adueñarse de la
historia. Tal es así que, con Julián relegado
a un segundo plano, la tira no tardó en ser
rebautizada bajo el nombre definitivo de Patoruzú.
Pero el éxito, sobre todo cuando es impensado,
a veces viene acompañado de complicaciones. Serias diferencias con La Razón, que utilizaba
al personaje como si fuera de su propiedad,
hicieron que Quinterno pegara un
portazo en el diario llevándose al indio hacia El
Mundo, que dirigía su amigo Saenz Peña,
mientras que Julián de Montepío, cuyos
derechos si pertenecían a La Razón, quedó en manos de ese diario que
republicó sus viejas aventuras, sin el cacique,
una y otra vez y hasta el hartazgo.
ISIDORO, VIEJO Y PELUDO NOMÁS |
Por su parte, para desembarcar en El
Mundo en noviembre de 1935, Patoruzú necesitaba un compañero que ocupara el lugar de Julián, para volver a generar ese
delicioso contrapunto de personalidades que
tanto éxito tuvo en la etapa anterior. Así fue
como, a través de una mezcla de viejos
personajes de Quinterno, nació el popular Isidoro
Cañones. La nueva historia comenzaba así: Isidoro era el director de un circo al que un día llegó Patoruzú con la intención de
desafiar a un luchador de nombre Juaniyo, a
quien venció sin problemas. Isidoro quedó
asombrado por la fuerza del indio y lo apadrinó.
Desde entonces se convirtió en su compañero
inseparable y también en su antítesis
perfecta, porque mientras Patoruzú era
un ejemplo de moral y rectitud casi hasta la
exasperación, su padrino era corrompible hasta
la médula.
De ahí en más, todo lo que estaba por
venir era impensando por el autor antes de aquel
19 de octubre de 1928. El éxito arrollador de
la tira devino en una revista que, hasta el día
de hoy sigue vendiéndose con el nombre de Selección
de las mejores Andanzas de Patoruzú; una
película titulada Upa en apuros, de
1942, que se convirtió en el primer dibujo
animado argentino en colores (ver Video Club), y en la publicación,
en 1945, de las aventuras del cacique en el
diario PM de los Estados Unidos, algo inédito para una historieta
sudamericana por aquellos tiempos. También,
en ese mismo año, apareció la versión infantil
del indio bajo el nombre de Patoruzito,
dirigida a un público más pequeño que el
original y cuyo éxito fue arrollador. Este personaje, ya entrado los 2000, volvió a codearse con las mieles de éxito gracias a dos películas que pusieron la marca Patoruzú y sus derivados en el centro de la escena. Aunque la idea ya venía de 1996 cuando se realizó, a modo de piloto, la producción de un corto de cuatro minutos a cargo de la productora Aguafí (ver Video Club), con la idea de producir nuevas aventuras animadas para la televisión o una película. La versión en castellano tuvo las voces de Jorge Sassi (Patoruzú), Pelusa Suero (Upa) y Lalo Mir (Isidoro). También hubo una versión en inglés con la voz de Mark Hamill como Patoruzú, pero finalmente el proyecto quedó en la nada.
Hoy a ochenta y siete años desde su aparición es imposible saber que
hubiese pasado con esta creación de Quinterno de
haber continuado su camino como Curugua
Curiguagüigua, pero que bueno que se llamó
simplemente Patoruzú. CR
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