"A
los hombres que no tuvieron infancia;
a quienes, habiéndola tenido, la conservan como
un tesoro;
a quienes la perdieron y la añoran;
a quienes la han olvidado, para que la
recuerden;
a quienes aman y admiran a los niños;
a quienes no los aman, con un reproche;
a los niños que quieren ser grandes, con el
deseo de que no lleguen a serlo del todo;
a los millones y millones que quisieran volver a
ser niños"
Lino Palacio
Creado
por un maestro de la historieta como lo fue Lino
Palacio, Fulgencio se asomó por
primera vez al mundo el 24 de abril de 1938
desde el diario La Prensa, en una tira que
llevaba por título “Señor Fulgencio (el
hombre que no tuvo infancia)”, aunque poco
tiempo después, en 1939, el “Señor” cambió por “Don”.
Don Fulgencio era un personaje entrañable, un niño con
cuerpo de hombre. Un gran tímido que no tardó
en ganarse el cariño de los lectores del
diario. Mucho tiempo después de su aparición en el mundo de lo medios, Palacio explicaría, en un
reportaje, que para esta creación se
inspiró en un hombre
que vendía la Biblia en la calle Bolívar. “Era
tremendamente solemne, y, desde chico, he odiado
a la gente solemne por sobre todas las cosas. En
casa éramos alegres y no se nos había educado
ceremoniosamente. Me dediqué a espiar a ese
hombre. Y siempre estaba igual, profundamente
serio. Me preguntaba si era por vender un libro
tan serio como la Biblia. Un
día, el hombre iba por una calle cuando vio una
caja de fósforos tirada en el piso, miró para
todos lados y le dio un puntapié. Entonces,
entusiasmado, siempre mirando para todos lados y
sin advertir que yo lo observaba, la siguió
pateando a lo largo de la cuadra. Yo pensé:
‘pobre, ése nunca tuvo infancia’", recordaba
el dibujante.
Y tan popular se hizo su creación que poco
tiempo después de su aparición en la página
de humor del diario, los responsables del café Sorocabana le pidieron al historietista un afiche en el que
el personaje recomendara la compra del producto.
En pocos días, la enorme figura de Don
Fulgencio inundó las calles de la ciudad,
lo que desató la ira del director de La
Prensa, que levantó al personaje de sus páginas.
Pero no pasó mucho tiempo para que “el hombre que no tuvo infancia” pudiera compartir, nuevamente, sus
aventuras con los lectores. Palacio, entre
muchas otras, aceptó enseguida una propuesta
del diario La Razón y su exquisita
creación apareció en las páginas de ese periódico
y permaneció hasta 1978, año en que el
gobierno militar, encabezado por el dictador y genocida Jorge Rafael
Videla, le solicitó al director del
diario que levantara la tira Avivato, otra
creación del autor, porque no dejaba una buena
impresión del país en tiempos mundialistas. El
historietista, una vez notificado, aceptó dejar
de hacer la tira pero también sacó de sus páginas
a Don Fulgencio. A partir de ese momento
este
niño en cuerpo de hombre comenzó a aparecer en
la revista Anteojito, y quizás haya sido
en ese medio donde las nuevas generaciones
tuvieron la posibilidad de conocer a este
peculiar personaje de la historieta argentina, cuyas aventuras también se publicaron en varios periódicos de Latinoamérica.
Por la tira desfilaron una gran cantidad de
personajes secundarios que no hacían más que
enriquecer la historieta. Los más recordados
son sus sobrinos Tripudio, Sócrates y Liberata; su secretario Pitín; Radragáz, Fernendez, Rodolfo y Ursulu,
quienes hablaban utilizando únicamente las
letras “a”, “e”, “i”, “o” y
“u”; sus novias Amapola y Ágata;
su valet Toribio; el perro López;
el loro Zaratrusta y la pequeña Ruth.
UN ÉXITO MÁS ALLÁ DE LA GRÁFICA |
Tanta repercusión tuvo en la gente este personaje tímido y bonachón, de
costumbres aniñadas e incapaz de matar una
mosca, que ni el teatro, ni la radio y mucho
menos el cine quisieron quedarse afuera del éxito.
Un año después del “nacimiento” de Don
Fulgencio, el autor Julio Pordelane hizo una adaptación para teatro y el personaje
tomó vida en la piel del actor Marcos Caplán,
mientras que en la radio el encargado de darle
voz a Fulgencio fue Francisco Álvarez,
con libretos de Mario Luis Monetti. En
1950, le llegó el turno a la pantalla grande y
en esta oportunidad quien encarnó al personaje, magistralmente por cierto, fue el
actor Enrique Serrano bajo la dirección
de Enrique Cahen Salaberry y con guión
de Ariel Cortazzo, Alejandro Verbitsky y Emilio Villalba Welsh. El elenco lo
completaban figuras de la talla de Malvina
Pastorino, Analía Gadé y Tono
Andreu. Tan importante fue el suceso de público
de la película que permaneció en pantalla
poco menos de un año.
DON FULGENCIO A LA VANGUARDIA |
El 17 de octubre de 1945, día y año
emblemático para la historia del país y del
peronismo, apareció una nueva revista humorística: Don Fulgencio, cuyo slogan era “La
revista para todos en la casa”. Más allá
de que la atención de todo el país estaba
puesta en los acontecimientos ocurridos aquel día
y que los kioscos de diarios cercanos al centro
de la Capital Federal cerraron, Don Fulgencio se agotó ese mismo día.
En la revista, además de las aventuras
del aniñado personaje que le daba nombre al
flamante medio, Lino Palacio publicaba otras
historietas también de su creación como “Tripudio”
y “Agapito y su sombra”.
Pero más allá del éxito inicial, este
nuevo emprendimiento no tuvo larga vida. Llegó
a publicar solo 36 números. Sucede que Palacio,
para diferenciarse del resto de las
publicaciones del mismo estilo, imaginó una
revista de vanguardia, para toda la familia y en
la que preponderara el humor absurdo, algo para lo cual la
gente de aquella época, evidentemente, no
estaba todavía preparada.
Como todo personaje emblemático de la historieta argentina, esta creación de Lino Palacio cuenta, desde 2013, con su merecida estatua en el ya clásico Paseo de la Historieta. En la intersección de las calles Venezuela y Balcarce, en el barrio porteño de San Telmo, se puede ver esta recreación del "hombre que no tuvo infancia", en tamaño real, aferrado a un manojo de globos de colores, custodiado muy de cerca, y desde su tribuna, por Clemente, aquella inolvidable criatura ideada por el inolvidable Caloi.
Sin duda, un homenaje merecido, no solo al personaje de Palacio, sino al niño que todos llevamos dentro. CR |